Palabras por el mundo

miércoles, 19 de marzo de 2014

TENÍA GANAS DE CONTARLO

-       ¡   Ave María purísima!.

-          Sin pecado conocida. Dime hijo: ¿Cuándo fue tu última confesión?
-          Ya no lo recuerdo Padre. Puede que… 6 años o más.
-          Dime hijo: ¿Cuáles son tus pecados?
-          Mis pecados…  no son muchos. No he matado, ni he robado. Ni tampoco he tomado el nombre de Dios en vano. Es un cargo de conciencia lo que pesa sobre mí. Es algo que ha ocurrido la semana pasada.
-          Cuéntame hijo. Yo te escucharé.
-          Padre. ¿Conoce la novela “En tiempos de la ira”?. Pues yo soy su escritor. Hace unos meses una productora de Hollywood compró los derechos de mi novela. Comenzaron a rodar y tuvieron problemas con el guion. Así que, me pagaron un billete de avión y fui hasta el rodaje. Allí  conocí al director, al equipo de guionistas y algunos de sus actores.
Una vez solucionado el problema con el guion. Tuve tiempo para ver, danzar y disfrutar de las maravillas del cine. Comprobé de primera mano el mundo del cine y sus entresijos. Pude ver los escenarios, los trajes, las escenas en  vivo y en directo. Pero una tarde, poco antes de que mi estancia se terminase. Fui invitado a conocer a la estrella femenina. Invitado por ella misma, y con el pretexto de consultarme dudas sobre el personaje.  
Le confieso que me sentí nervioso, abrumado por conocer a la estrella de cine S.J. Mi fama de escritor no es la mitad, ni la cuarta parte  que tiene esa mujer. Sin contar con su belleza. Es a día de hoy, una de las mujeres más hermosas y deseadas del mundo.
Fui a su caravana, toqué la puerta. Ella no me abrió, me invitó a pasar diciéndome; “que la puerta estaba abierta”.
Así que, entré. Y lo primero que veo, es a esa hermosa mujer acostada en su cama, de lado. Leyendo el guion. Con un bolígrafo en una de sus manos y en la otra su cabeza apoyada. Sin moverse ni un ápice, me dice que me acomode. Todo estaba desordenado. Pero pude avistar una silla al fondo. La acerqué a su cama y como si fuese un adolescente. La puse del revés y me senté en ella. Apoyando mi barbilla en el respaldo, observando atentamente su lectura del guion.
Estaba sin maquillar, posiblemente se acabase de duchar. Pues pude avistar una toalla en su cama. Y aun así, seguía siendo hermosa. Es más, pienso que estaba más guapa que cuando sale en las películas. El maquillaje le hacía un flaco favor. Estuve en silencio unos cuantos minutos. Respirando esa atmosfera mágica del momento. Pero ella dejó de mirar sus apuntes, levantó la vista hacia mí y me dijo:
-            ¿Disfrutando de las vistas? Me quedé en shock. No sabía que responder, ni que decir. Pero ella, rompió mi silencio con una sonrisa. – Estaba de broma. Tengo que felicitarte por tu libro. El personaje de Emilie es buenísimo. Lleno de matices y cargado de una fuerte personalidad. Fue este personaje el que me animó a participar en esta película.
Con un tímido “gracias” le contesté. Realmente estaba impresionado y demasiado cortado por el momento.
Veo que eres de pocas palabras. Respondió ella, mientras se acomodaba en la cama.
Debes de perdonarme, no siempre se tiene delante una estrella de cine. Y sí, el personaje de Emilie es de mis preferidos en la novela. Está un inspirado en esas hermosas mujeres de los años 30. Las que fumaban en boquilla y bebían cocteles por las noches. Pero que por el día, luchaban por demostrar que no eran solo una cara bonita.
-          Es eso lo que no entiendo. Emile tiene todo lo que quiere por las noches. Porque no se conforma con eso.
Sonrío y le contesto: Emilie es una mujer que necesita demostrarse que tiene el poder. Que ella dirige y forma su propio destino. Que los hombres de su época no pueden dominarla. Es más, ella los domina a ellos. Ella consigue lo que quiere y cuando…
Pero Padre, mientras yo le estoy comentado todo eso. Ella se levanta de la cama, se deshace del albornoz. Dejándose ver en ropa interior. Y yo, tristemente y sin dejar mi discurso. Persigo con mi mirada su cuerpo. Mientras  ella avanza al frigorífico, coge una botella de agua y bebe de ella.  En ese momento, me doy cuenta que nuestras miradas se cruzan. Casi puedo verme reflejado en sus ojos azules.
Lentamente se acerca a mí. Mi respirar se vuelve acelerado y entrecortado. Sé que es uno de esos momentos en donde sabes que algo acabará pasando. No sólo me intimida su andar, sino su mirar. Su mirada ha cambiado. Hago el esfuerzo de levantarme de la silla. Quiero poner una disculpa para ausentarme. Pero las palabras se las traga el  viento. De nuevo el silencio lo rompe ella, poniéndome su mano contra mi pecho. No sé, si seguir de pie o levantarme. No sé si hablar o permanecer en silencio. Pero lo que sí sé, Padre es que no podía dejar de mirarla a los ojos. Su mirar intenso corrompía mi alma, exaltaba mis adentros.
Su mano ascendía hacia mi rostro, hasta hacerse sito en mi cara. No existían palabras, sólo un clamor por la libertad. Ella me susurra al oído; “déjate llevar”. Y eso hice Padre. Me dejé llevar. Le regalé mis manos, y mi sumisión me regaló el sentir de sus turgentes pechos. Me dejé llevar, y mis labios probaron el sabor de los suyos. Me dejé llevar y me fue regalado cada rincón de su cuerpo.  Me dejé llevar y fui bendecido con el néctar de su cuerpo.
Comenzamos en aquella silla, seguimos en aquella cama que me presentó su cuerpo. Y terminamos en aquel sofá lleno de ropa. Ropa que tapó nuestras vergüenzas entre descaso  y descanso.
-          Pero hijo. ¿Cuál es el pecado? ¿A dónde quieres llegar?

-          A ningún lado Padre. Simplemente, tenía ganas de contarlo. 

sábado, 8 de marzo de 2014

Aunque corten todas las flores, la primavera ha de llegar.

Hoy quería dar salida
A mi parte más canalla.

Expresar mis pensamientos
En forma de palabras.

Regalarle al mundo
Mis mil ilusiones.

Ofrecerle a la fría tierra.
Mi pedacito de cielo.

Disfrutar de la vida
Antes de estar muerto.

Pero mi pluma está calada.
Por encima le ha pasado
El frío invierno.

Demasiado frío.
Anodino y cargante frío.

Congelas mi tinta
Escarchas mi alma
Ralentizas el tempo de mi corazón.

Ya no corre briosa, mi sangre.
Se apelmaza en mi cerebro.
Nublando mi mirar cansado.

No veo el sol.
Sólo el inmenso y eterno invierno.

Que castiga mi aliento
Mi palabra
Mi ilusión.

Y yo, ya no quiero esperar.
Que de tanto esperar
Mi palabra se va escapar.

He de buscar, el calor.
He de encontrar, el Sol.
He de recordar…
“Que aunque se corten todas la flores… La primavera ha de llegar.”