Escuché demasiadas
veces
Tus palabras.
Las aprecié y mimé.
Ni las mías propias
tanto cuidé.
No te deseo el
silencio.
Pero mis oídos, ya no
te escucharan.
Ya no tienes su
atención.
No te deseo el
silencio.
Pero mi mente,
permanecerá inexistente.
Ya no memorizaré tus
cuentos.
No te deseo el
silencio.
Pero mi boca, no será
tu extensión.
Ya no seré tu
mensajero.
Se terminó tu
colegio.
Ya no eres profesor.
Ni mucho menos
mentor.
Es hora, mi hora.
Y ahora ya lo sé.
Tus palabras no
buscaban
Ni regalarme el
cielo.
Ni acercarme al
éxito.
Eran espejismos de
tus momentos.
Eran tu ego, puesto
en presente.
Para que siguiese
vivo.
Palabras que conmigo
no tenían sentido.
Palabras que no buscaban
centrarme.
Solo quería dar vida
a momento pasados.
Que tú disfrutaste
Que tú saboreaste.
Ahora es mi hora.
El momento de
quemarme vivo.
De desgarrarme el
alma.
De destruirme y
reconstruirme.
Y que el Dios del
cielo lo sepa.
Que no te guardo
rencor.
Pero ahora, si hay un
silencio.
Será aún más
apreciado
Que cualquier consejo
Que por tu boca
salga.
Y si al final de esta
historia me equivoco.
Que Dios me perdone.
Pues este es mi
momento.
Y estas palabras, mi
lamento.